Hay otra cara

Fecha: 19.02.2013 | Autor: Alejandro Moreno

En mi último escrito presenté, sin paliativos, la cara oscura de nuestro acontecer cotidiano siempre acechado por la violencia, múltiple e indiscriminada, frecuente y mortífera, implacable y cruel. Todo eso es real y no es el caso de edulcorarlo con peros, reparos y evasivas para producir una sensación de seguridad no sólo falsa sino peligrosa. No obstante, existe también otra cara de nuestra realidad que es importante destacar y tener en cuenta. La consideración de lo terrible de la violencia descrita despierta en muchos como reacción casi “natural”, y así lo muestran los numerosos comentarios que me llegan, la tendencia a generalizar tan grave problema a toda la población, a todos los venezolanos y a la misma Venezuela como nación y como cultura. Eso no es justo ni corresponde a la verdad. Lo primero que hay que decir es que la violencia que padecemos es un fenómeno particular y no general de toda nuestra sociedad. Los criminales entre nosotros son un sector muy pequeño de ciudadanos con respecto a los casi 28 millones de personas que vivimos en Venezuela. Tampoco su número equivale al de los muertos que se producen a diario pues, según cálculos, el promedio de asesinatos por asesino ronda los 3,5. Esto quiere decir, por un lado, que la mayoría de nuestros criminales son asesinos múltiples y por otro que no están adecuadamente controlados, perseguidos y castigados por las instituciones estatales las cuales no cumplen con su principal obligación. Impunidad y libertad para matar se dan la mano. En toda sociedad humana hay un determinado número de antisociales, entre un 3 y un 4 por ciento, inclinados al crimen. En países donde las instituciones funcionan, éstos se encuentran adecuadamente controlados aunque alguno de vez en cuando logre desmandarse y producir una catástrofe. Entre nosotros cualquiera puede “salir a matar gente”. No obstante todo esto, la cara real de la sociedad venezolana actual es una cara de paz y convivencia aun en medio de la conflictividad política y del mal ejemplo de sus dirigentes que se insultan, se amenazan hasta de muerte y se persiguen. Entre nosotros sigue predominado la cara cultural tradicional de las relaciones pacíficas entre las personas, la cara de la salud humana. Saludables a este respecto son nuestras familias, con su propia estructura matricentrada la mayoría, pues sólo en un mínimo porcentaje de ellas surgen malandros y con frecuencia varios en la misma lo cual reduce el número de las dañadas y dañinas. Saludables son nuestros barrios pues en ellos la vida cotidiana es de serena relación convivial entre vecinos. Los malandros son reducidos enclaves de insania aunque los medios de comunicación, en su afán por destacar lo noticioso impactante, den a veces la impresión de que constituyen el grueso de la población en las comunidades populares. Saludable es el sistema de valores que nos rige, en el que se destacan la solidaridad, la cálida relacionalidad humana, el afectuoso compartir. Seguimos valorando la paz y el entendimiento. Es cierto que nuestra salud social está amenazada porque la violencia es una enfermedad contagiosa contra la cual está fallando la necesaria profilaxia, pero hasta ahora ha resistido pues sus defensas son fuertes. Necesitan ser cuidadas. La educación, tanto familiar como escolar, si bien no es una panacea pues los verdaderos asesinos no se dejan modificar por ella, está llamada a cuidarlas, mantenerlas y mejorarlas en la gran mayoría de la población difundiendo y reforzando las ideas, los valores y las actitudes de convivencia respetuosa y pacífica. No permitamos que la contaminen de guerra intereses políticos grupales.

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