Nos adentramos en la Casa Hogar "San José", esta es su historia
Nos adentramos en la Casa Hogar "San José", esta es su historia
Sabrina Machado / Caracas
Es un recodo, un poco escondido del mundanal ruido de la ciudad capital, de hecho se encuentra a media hora de Caracas, en el paraje montañoso de San Antonio de Los Altos, en el estado Miranda.
Es una casa sencilla, de dos pisos, que cobija las esperanzas de 20 niños y 20 madres que por diversas circunstancias no pueden velar porque sus hijos tomen las tres comidas diarias, cumplan con sus tareas escolares y disfruten de hermosos sueños cada noche, que impulsen anhelos de futuro.
Las mamás de los pequeños, cuyas edades están comprendidas entre los tres y los 12 años, se encuentran a pocos minutos de este lugar, privadas de libertad en el Instituto Nacional de Orientación Femenina (Inof), de Los Teques.
En su gran mayoría son jóvenes, humildes, que fueron detenidas mientras se encontraban en período de gestación. Las leyes establecen que la mujer solo puede convivir con su hijo —nacido en el penal— hasta cumplir los tres años de edad, luego deberá ser entregado a un miembro de la familia que se haga responsable del pequeño, ya que el infante no puede permanecer en el interior del internado, más allá de las pernoctas permitidas por las autoridades del ministerio Para el servicio penitenciario.
Cada caso, de cada joven, es un drama particular. Los niños que llegan remitidos del Inof a la Casa hogar San José son aquellos cuyos familiares más cercanos no tienen las capacidades, o disposición, para atenderlos y criarlos, mientras sus madres cumplen con el proceso judicial iniciado en su contra, que puede demorar varios años.
En muchos casos las procesadas extranjeras son las más beneficiadas por este apoyo de las hermanas del Buen Pastor, dedicadas a la atención de mujeres en situaciones de crisis, como prostitución o aquellas que han incurrido en situaciones al margen de la ley.
La realidad carcelaria no es desconocida para ellas. La cárcel solo les inspira dolor. El mundo que se desarrolla tras las rejas es sumo conocido por las religiosas. Por más de 40 años fueron las únicas responsables de la dirección del internado femenino de Miranda. Así como también tuvieron a sus cargos cárceles en los Estados Unidos, Brasil, Chile, España y en las principales ciudades de Colombia, por mencionar algunas.
“Yo voy una vez a la semana, mínimo. Hablo con ellas, pero, sobretodo, las escucho. Les escucho sus problemas, e intento ayudarlas hasta donde puedo. Es muy doloroso saber que en realidad es muy poco lo que podemos hacer por esas muchachas”, dice contrariada Elvira Alzate, quien conoce palmo a palmo los pasillos del internado.
Luego de transcurrido 30 años desde la entrega del Inof a las autoridades nacionales, la religiosa ve con “dolor” cómo se ha deteriorado esta estructura, donde no hay “el más mínimo respeto al prójimo. Las privadas están en condiciones infrahumanas, son mujeres maltratadas.
Teníamos a 200 mujeres, hoy son mil 500, es demasiado”, indicó la hermana natural de Colombia. Sin embargo, una realidad que continúa casi inalterable en este tiempo es el motivo principal de ingreso de las procesadas del Inof. “Cuando estábamos a cargo, el 60% entraba por los delitos de drogas, un 10% por infanticidio, y cerca de un 5% por robo”, recuerda Alzate, quien vivió cuatro años en la cárcel de la región capital.
Hoy las drogas siguen siendo el principal vehículo a la cárcel para estas mujeres, afirma Nidia Tapasco, quien agrega que generalmente la mujer entra en este mundo guiada por la pareja y muchas veces se involucra a toda la familia. “Una de las niñas que tenemos en la casa tiene a sus dos padres y a seis hermanos detenidos por drogas en este momento”, señaló. No ser partícipes de injusticias fue la razón que llevó a las religiosas a entregar el penal al Gobierno nacional.
Este cambio significó un “gran dolor para la congregación y para las privadas, realmente fue algo inesperado, se sintieron desprotegidas, las queríamos como a nuestra hijas”, afirma Alzate.
De hecho la sala cuna donde las internas atienden a sus hijos los primeros años de vida fue una iniciativa de las integrantes de la congregación, en procura de que las mujeres tuvieran a su disposición las condiciones necesarias para cuidar a sus hijos. “Había una cocina, una nevera, un personal con mística, responsable que atendiera el área”, recordó Alzate.
15 hermanas eran las responsables de las distintas dependencias de la cárcel, para que todo estuviera en orden. “Hoy pareciera que solo trabajan por un sueldo, no porque realmente les importe. No puedo creer que una mujer decente se atreva a tener una casa tan mal atendida, eso da vergüenza”, afirmó la religiosa, quien se siente extraordinariamente feliz con la labor desarrollada desde hace 30 años: atender a niños víctimas de las circunstancias.
Por los momentos, los gritos de los infantes y sus travesuras no se sienten en las instalaciones de la casa hogar, que se encuentra resguardada por un amplio portón, que preserva la intimidad de los menores, adyacente a la escuela Las Salias, de San Antonio de Los Altos. En este centro educativo los menores atienden sus clases todas las tardes.
Cada niño se encuentra inscrito en el sistema educativo y recibe tareas dirigidas en la casa hogar para fortalecer las destrezas adquiridas en los salones cada día. Así mismo reciben clases de catequesis y son preparados para los sacramentos del bautizo y la comunión.
Tres niñeras, cuatro hermanas y varias mujeres colaboradoras atienden la casa hogar, institución que funciona como un semi internado, en procura de que no se rompa el lazo afectivo con las mamás de los pequeños ni sus familiares. Los fines de semana y los períodos vacacionales los niños estarán con sus seres más cercanos.
En caso que el niño no tenga un familiar dispuesto a disfrutar tiempo con el infante están las familias cooperadoras, que le dan cobijo durante ese tiempo, indicó la hermana Tapasco. “Ahorita tenemos a 20 niños, de ellos 19 están con sus mamás que se encuentran con el beneficio de destacamento de trabajo, y una sola niña que visita a su madre en el Inof, con ella pasa todo el fin de semana”, explicó la hermana, quien reconoció que la labor no es fácil, implica un proceso de día a día, de mucha paciencia y tino, debido a las circunstancias que rodean a los pequeños.
“Muchas veces el trabajo que realizamos de lunes a viernes se pierde los fines de semana, debido al contexto que los rodea. Son niños que tienden a ser agresivos y violentos. Ellos representan y repiten todo lo que ven a su alrededor. Por ejemplo, la niña que va al Inof de visita repite las expresiones que escucha en la cárcel, y tiende a defenderse bruscamente”, aseguró la religiosa, quien tiene un año en la casa hogar.
No obstante, se siente satisfecha con los frutos que cosechan. Asegura que deja grandes recompensas y satisfacciones para las hermanas de la congregación. Con el paso del tiempo son testigos presenciales de importantes cambios, historias positivas que valen cada esfuerzo.
“Hoy recibimos a mujeres y hombres que alguna vez estuvieron acá y vienen con sus hijos a visitarnos. Con eso nos damos por pagadas, es el mayor regalo que podamos recibir”, afirma Tapasco. Peluches de distintos personajes infantiles adornan cada litera, cuyas colchonetas están cubiertas por edredones que denotan claramente a quien les toca cobijar. ositos son el principal motivo de decoración. Sin embargo, el tiempo no pasa en vano y ya detonan el desgaste dado por el uso.
Este es la única colaboración que piden las religiosas para los pequeños, 29 colchonetas porque “ya están acabadas”. Además de un DVD que les permita a los niños disfrutar de entretenidos y ejemplarizantes programas. Por los momentos, todo está en orden.
Las hermanas colocan cada cosa en su sitio y se preparan para el regreso de los niños a la casa, donde volverán a disfrutar del pequeño parque infantil y de los modestos juguetes que se observan en los distintos rincones de las instalaciones.