Gargallo Gascón, P. Francisco (mercedario) Mártir
Gargallo Gascón, P. Francisco (mercedario)
Mártir
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Liturgista, misionero, líder… prodigio
El padre Francisco Gargallo fue un todoterreno.
Quien lo conociera de cerca, lo definió como un prodigio, que es mucho decir. Pero sí lo era, pues cuantos lo trataron, fueron contestes en ponderarlo hombre humilde, afectuoso; buen religioso, muy fiel a su deber, ejemplar en toda virtud; excelente superior, paciente con los subordinados, afable.
Pues este dechado nació en Castellote, Teruel, el 24 de febrero de 1872, de Manuel y Juana. El 10 de noviembre de 1889, a las ocho de la tarde, lo revestía con la blanca librea el padre Pedro José Ferrada, ante el padre Florencio Nualart; el padre Ferrada también recibió sus votos el 14 de noviembre de 1890, ante los padres Ramón Prat y Domingo Aymeric. Siguió en El Olivar, pero, por cabal y prometedor, enseguida, ya en 1892, fue enviado a Roma. Cursaría filosofía (1892-1893, 1893-1894) y teología (1894-l895, l895-l896, l896-1897, 1897-1898) en la Universidad gregoriana; sin pasar, desgraciadamente, por ningún examen oficial, me figuro que por hacer ahorros económicos. En San Adrián emitió los votos solemnes el 11 de febrero de 1894, ante el general padre Pedro Armengol Valenzuela, y en la Ciudad eterna lo consagró presbítero monseñor Francesco Casseta el 14 de junio de 1896.
Fue de inmediato iniciado en los altos ministerios de la Orden. Mucho se confiaba en él, cuando tales distinciones se le hacían. Desde 1902 a 1912 fue fungiendo de postulador, procurador, secretario general (con el general padre Mariano Alcalá desde 1911). En mayo de 1903 presentó ante la congregación de Ritos el proceso de culto inmemorial de la venerable Natalia de Tolosa. En 1908 obtuvo un breve papal privilegiando la devoción de los Siete sábados en honor de nuestra Madre. El 16 de mayo de 1909 divulgó el Breve con las facultades de impartir la bendición papal en la Merced. El 17 de enero de 1910 gestionó la erección canónica de la casa de Fraga. En julio de 1912 dio a luz el primer número del Boletín de la Orden.
Además se había convertido en el gran liturgista de la Merced, que confeccionó desde 1900 a 1927 el Directorium de las celebraciones de la santa Misa y del Oficio divino en la Merced. Fruto de su laboriosidad e investigación, en 1923 publicó el delicioso Compendio de sagradas ceremonias y prácticas domésticas para el uso de los Religiosos y Religiosas de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, verdadero memorial de los cultos, los ancestrales usos y las venerables tradiciones de la Familia mercedaria.
Pero, porque aquí se le necesitaba, su Provincia lo reclamó. El 21 de junio de 1913 llegó a El Olivar, haciéndose de inmediato cargo de los novicios, si bien el título de maestro no se le confirió hasta el 1 de febrero de 1914. En el capítulo de 1915 abogó por la supresión de la casa de Borges Blanques, pues no tenía erección canónica; el 12 de agosto la misma asamblea lo designó prior de Barcelona, porque venía el séptimo centenario de la fundación de la Orden. Y, a tal efecto, el 11 de abril de 1917 recibía instrucciones de la Curia general de trabajar con la casa Subirana para el Anuario eclesiástico de 1918; realizando magníficos aportes con los padres Manuel Sancho y Faustino Gazulla, responsabilizándose personalmente del apartado de celebraciones religiosas. El centenario dejó muy prestigiada a la Orden en Barcelona.
Estuvo en el capítulo de Lérida desde el 12 al 21 de enero 1920, y, porque mostró su apoyo a la continuidad del colegio de Lérida, fue constituido su rector. Tomando posesión el 12 de febrero, se dio a trabajar, con mejoría inmediata y frutos palpables. A una con un valiosísimo equipo comunitario, publicitó el colegio, instaló teléfono, compró a plazos una máquina de escribir, renovó y amplió aulas, pintó todo el inmueble, principió catecismo las tardes de los domingos, fundó la academia María Corredentora con finalidad científico-literaria-musical-teatral, creó la revista El colegial mercedario. Se dio todo porque pensaba que quitar el colegio sería la ruina de esta Casa y un grave detrimento moral de la misma y de la Provincia. No obstante que los medios eran escasos y el personal insuficiente.
Duró hasta el capítulo de Barcelona, del 13 de enero de 1923; cuando salió diputado al capítulo general y superior de El Olivar, siendo renovado en el capítulo de San Ramón, el 3 de agosto de 1926. El 30 de enero de 1923, a la 16:30, entraba en El Olivar, y entraba con todas. Cuidaba las ceremonias del altar, estaba pendiente de las olivas y de los cerdos; modernizaba los aperos con lo último para sembrar, aventar, segar; adquiría una olla express, agasajaba a los sacerdotes de la contornada y estaba pronto para ayudarles en las tareas pastorales, sobre todo, dando solemnidad a sus fiestas patronales. Del campo o el aprisco, con la mayor naturalidad, se iba a dar clase a los formandos, o al coro para entonar vísperas. Promovía la plantación de cebollinos y tomateras, manzanos y nogales, hasta probó con el cultivo del tabaco. Así hasta el 26 de noviembre de 1926.
Se presentó la perspectiva de abrir una misión en Puerto Rico, y la Provincia confió en él. Quién si no sería capaz de roturar un campo tan nuevo y arriesgado. Estuvo unas semanas entre Lérida y Barcelona, hasta que el 28 de febrero de 1927 salió para Puerto Rico con los padres Bienvenido Lahoz y Enrique Morante, tres pioneros capacitados e ilusionados, pues la fundación se conceptuaba reencuentro con el espíritu mercedario más genuino y solución de las miserias económicas de la Provincia. Pero no resultó. Fue ésta la etapa más negra en la vida del padre Francisco; no obstante que la acción pastoral fue increíble y ubérrima. Pero el apoyo económico que se esperaba no cuajó, que las fincas no resultaron ser lo que parecían y un ciclón arrasó por entero las plantaciones. El padre Gargallo luchó con denuedo, por lo económico y más en lo misional, mas, gravemente enfermo, tuvo que volverse; pudieron con su generosidad los climas recios del trópico y una inoportuna intervención quirúrgica. El 17 de abril de 1929 estaba de vuelta en Barcelona. No se alteró, obrando, dice el padre Bienvenido Lahoz, como religioso serio, de pocas palabras, trabajador, observante, muy severo consigo mismo, pero como superior, comprensible y amable, amaba la soledad.
Y recala en El Olivar nuevamente, a mediados de 1929, para comendador, siendo reiteradamente nominado el 3 de agosto de 1932 y el 7 de agosto de 1935. Son tiempos muy difíciles; de inseguridad, de persecución, de pobreza. Comparte las preocupaciones del padre Provincial y lucha por todos los medios para sacar adelante a su numerosa comunidad, mimando los huertos, mejorando las cuadras y los corrales; pone conejos, gallinas, vacas, cerdos, palomas. Siempre en vilo por su comunidad, noche y día pendiente de los riesgos del agro, los hielos, los pedriscos, las sequías; tenía de una mano a su provincial el padre Carbonell y a la Madre divina de El Olivar. Ciento ochenta cartas a los superiores mayores hablan de éstas sus preocupaciones y de sus asombrosos valores morales.
Cada día más sencillo y humilde, se mostraba muy paternal en el ejercicio de su autoridad, realizaba los servicios más humildes de la casa con la mayor naturalidad; incluso remendando con sus propias manos las zapatillas de los muchachos y, lo recuerda el padre Jaime Monzón, paseando por las montañas de El Olivar, en los días muy fríos nos cubría con su escapulario. Mi padre, Vicente Millán, que aquellos años llevaba un economato en Estercuel, elogia su delicada conciencia en no defraudar ni un céntimo. A todo esto, momentos hubo que impartía diariamente cuatro horas de clase… a más de los trabajos de superior, los afanes de las fincas...
Años más tarde aquellos novicios y postulantes se emocionarán en el recuerdo del hombre ejemplar, virtuoso, santo con todas las dimensiones, rebosante de caridad, observante, humilde, laborioso; que se distinguía por la prudencia, tratando a todos con mucha benevolencia; por la humildad, sin ostentarse nunca como superior; por la bondad, tratando a los inferiores con mucha amabilidad; por la responsabilidad, afrontado las adversidades de los tiempos. Puntualiza el padre Mateo Conde que nunca se eximía de la observancia regular, no obstante ser superior; sino que, al contrario, era siempre el primero en todo, en llegar al rezo o en correr a la era cuando se cernía la tormenta. Sobresalió en él la simplicidad, pues, no obstante ser superior, se humillaba para acomodarse a los estudiantes; acertaba imponer la observancia con simplicidad, suavidad y energía a la par. Y no menos en la mortificación, hasta comer los restos que dejaban otros.
A lo que añade fray Vicente Alarcón: era en grado supremo bueno, recogido, mortificado, ejemplar, agradecido, caritativo con los pobres y los peregrinos que llegaban a El Olivar, nunca se lamentaba de nada, amaba entrañablemente la vida religiosa y el retiro, no era amigo de salidas ni viajes sin necesidad, no le agradaba pernoctar fuera, con los religiosos más que superior era padre, todo corazón, sin rehuir sacrificios por la comunidad, modelo de religiosos y de superiores, devotísimo de nuestra Madre de la Merced, a veces se quedaba muy tarde de vigilia en la iglesia, pero al día siguiente era el primero en la oración. Últimamente lo percibí muy preocupado por la comunidad; sobre todo los últimos días antes de la revolución fueron muy dolorosos y se mostró más fervoroso que nunca.
Gozaba de El Olivar, porque tenía mucho de eremita, por eso no le gustaba viajar. Pero era feliz yendo a la chopera con su gente y los curas aledaños para compartir una caracolada o celebrar cualquier evento con unos pichones del palomar conventual.
Todo ese buen hacer lo rubricó con una muerte valerosa, a tenor de su vida interior.
Martirio de los Padres Francisco Gargallo Gascón y Manuel Sancho Aguilar
Eran muy ingenuos nuestros frailes de El Olivar. Estaba toda España envuelta en llamas desde el 18 de julio, y nuestros Mercedarios seguían tan tranquilos. El 25 de julio todos, padres y estudiantes, celebraron fiesta solemnísima de Santiago en Crivillén. El 1 de agosto, por la mañana, el padre Sancho se fue a Crivillén con los postulantes, Trini de Núñez los acogió en su casa; el Padre apenas comía, seguía dando los ejercicios espirituales a los que tomarían el hábito; rezaba en su cuarto. Regresaron al convento al atardecer del día 3 muy confortados y dispuestos al martirio.
En el Convento algunos religiosos venían haciendo guardia por la noche en los alrededores del Cenobio. El médico de Estercuel, Ramón Buñuel, les aconsejó evacuar el convento, por respuesta, el padre Sancho le dio un abrazo diciéndole con gran serenidad: Adiós, hijo mío, hasta el cielo, que en este mundo no volveremos a encontrarnos. El 1 de agosto se rezó el rosario y se cantó la sabatina. El 2 aún se llevó vida de comunidad, pero cundió la alarma porque llegó el padre Conde, paúl de la comunidad de Alcorisa, huido de los rojos. A las 22 horas salía la primera expedición, camino de Oliete, con la consigna de hallarse todos en Zaragoza.
El día 3, al rayar el alba, con igual meta, partió la segunda cuadrilla. Para la tercera remesa quedaron padre Francisco Gargallo, padre Manuel Sancho, fray Pedro Esteban, fray Antonio Lahoz, fray José Trallero, fray Jaime Codina, el novicio fray Vicente Alarcón y cuatro postulantes, permanecieron esperando la vuelta de los criados y de las caballerías para que les transportaran el equipaje hasta Muniesa, como lo hicieran con la segunda expedición. Oyeron misa fervorosísimamente, dedicaron el día a esconder objetos de culto en el osario, seguían aguardando. Puesto el sol, el padre Gargallo reunió a todos en la templo e hizo una sentida reflexión, invitando a sumir el reservado y hablando del posible martirio. Cobraron valor y se dispusieron a salir con lágrimas en los ojos y dejando el corazón junto a la Virgen. Constantino Vidal, el pastor, fue testigo de aquel quebranto. Aún aguantaron los cuatro hermanos a la espera de los criados, mientras que los dos padres, el novicio fray Vicente Alarcón y los postulantes, todavía se demoraron a dos kilómetro del Convento esperando a los criados, que llegaron sobre la una de la madrugada participando cómo los rojos estaban ya en Oliete, por lo que no se podía salir hacia allí. Llegó el pastor Constantino advirtiendo que también en Estercuel se habían impuesto los rojos y planeaban bajar al Convento. Había que salirse de los caminos y, guiados por el pastor, fueron a guarecerse en una corraliza, a la entrada de la Codoñera.
El día 4, al amanecer, arribaron los cuatro hermanos trayendo en la caballería maletas y comida. Pasaron el día ocultos entre los pinos rezando el rosario, leyendo y oyendo al padre Sancho. Sobre las cuatro de la tarde salieron fray José Trallero y fray Jaime Codina, de acuerdo con el padre Comendador, para explorar el camino de Oliete. Habían de volver a la noche o a la mañana siguiente, mas pasó la noche, avanzaba el día y los Hermanos no llegaban. El padre Sancho y fray Alarcón salieron a otear el horizonte, habiendo ojeado por espacio de unas dos horas, decidieron regresar al grupo cuando vieron, en la bajada del barranco del Agua, algo de humo. Acercándose a unos veinticinco metros percibieron dos cadáveres ardiendo. Fray Vicente no se aproximó, pero el padre Sancho se llegó, los identificó por las medallas y un crucifijo de fray Trallero y por el diente metálico de fray Codina.
Vueltos a la cueva, comunicando el suceso únicamente al padre Gargallo, determinaron irse de allí, internándose en el pinar. Porque no se les podía ocultar, el padre Sancho manifestó a todos lo hallado, los confesó a todos y se prepararon para el martirio. Se dirigieron a los Mases de Crivillén, en casa de María Sancho cenaron algo caliente. Arribaron también los hermanos fray Pedro Esteban y fray Antonio Lahoz. Porque corría el rumor de que iban a llegar los rojos, se regresaron al pinar, el padre Gargallo dio a besar su crucifijo a los de la casa, que les dieron pan y chocolate y los jóvenes Francisco Gracia Gil y Juan Gracia Bielsa los guiaron hasta cerca de la Codoñera.
El 6 por la mañana aparecieron en la masía del guarda de la Codoñera. Dejando a los muchachos en un barranco, se acercaron los padres encontrando a Servandos Miedes, Florentina Muñoz y su familia, que se aprestaron a darles una buena comida entre los pinos. José Rubio, hijo político y guarda, se fue a inspeccionar las inmediaciones de Alcaine; regresaba al mediodía enterado de que los rojos no habían entrado en Alcaine; los orientó para pasar por encima del pantano de Oliete, sin tocar Muniesa, y aún los acompañó hasta cerca de Alcaine; el padre Gargallo le entregó varios documentos y cien pesetas, las que él rehusó categóricamente.
Siguiendo las indicaciones, cruzaron el río Martín, entre Alcaine y el pantano de Oliete, pasando por el Hocino al caer de la tarde. Aquí preguntaron a Tesifonte Chopo por el camino de Muniesa, y no le hicieron caso cuando los quiso disuadir de ir allá. Los vio Arturo Ibáñez, médico de Alcaine, bebiendo con un vasito en una pequeña fuente, bien vestidos los padres y en mangas de camisa con un jersey de lana bajo el brazo los muchachos, los notó muy cansados y sudorosos, principalmente a los Padres, pero serenos e impávidos; no se presentaron, mas intuyó quiénes eran; tampoco consiguió retraerlos de seguir a Muniesa. Continuaron por la empinada senda que conduce a Muniesa, y no habrían andado cuatro kilómetros, cuando se tropezaron con una masía en la partida llamada La Dehesa y a ella se dirigen pidiendo agua; los dueños, Mariano Tomeo y su mujer, les ofrecieron agua, vino, cena, lo que quisieran; agradecidos al ofrecimiento, sólo aceptaron el agua; cenando un pan para todos y chocolate, con ración doble para los jóvenes; Mariano les advirtió del riesgo de entrar a Muniesa y les insistió que se quedaran con ellos; dándoles las gracias, los religiosos se pusieron en camino deseosos de llegar aquella misma noche a Muniesa. La senda era tortuosa, y en las inmediaciones del Río Seco se perdieron. Decidieron pasar la noche en el bosque.
El día 7 por la mañana reemprendieron la marcha, siempre convencidos de que en Muniesa no estaban los rojos, llegarían al pueblo, celebrarían misa, comulgarían el primer viernes. Recorrieron seis kilómetros… a las ocho de la mañana estaban en el Plano de Alacón. Sonó el ¡Alto! y les cayeron encima los guardias rojos, que los registraron a fondo sin hallarles ni un cortaplumas. El padre Gargallo estaba feliz creyendo hallarse entre amigos y el padre Sancho ofreció sus servicios sacerdotales, manifestándose padres del convento de El Olivar. La respuesta fueron denuestos, blasfemias, palabras soeces. El padre Gargallo, cuenta el postulante Jesús Turmo, con una entereza y una serenidad extraordinarias, dijo a los canallas: de nosotros dos haced lo que queráis, pero de los chicos respondo como si fuese su padre, ellos nada tienen que ver con la Orden, pues las conversaciones de aquellas fieras hacía presumir que nos iban a matar a todos; los padres abrazaron a los niños para interceder; el capitán Ferrer prometió salvarlos. Los otros encerraron en la parte trasera de un autobús próximo que ostentaba el rótulo Tarragona-Reus, y empezaron los interrogatorios entre tales expresiones que parecían demonios sueltos, jamás pasó por nuestra mente que se pudiera blasfemar de aquella forma. Aprovechando una pausa los padres se confesaron mutuamente, y luego alguno de los postulantes, y el padre Gargallo exhortó a todos al martirio e impartió la bendición apostólica; los padres no cesaban de dar gracias a Dios por el inminente martirio. Sobre el mediodía un jefe de milicias llegó preguntando ¿Dónde están esos pájaros que decís haber cazado? y llamó a los cuatro más pequeños, uno fray Vicente Alarcón, que no se movieron hasta que los padres les dijeron que obedecieran, abrazaron a cada uno diciendo: Adiós, hijos, hasta el cielo; se iban diciendo adiós con las manos, mientras los Padres los bendecían, siendo llevados al comité de Oliete. Quedaban en el autobús los padres, el donado José María Blasco, el postulante José María Romero, que nos trasmitió el relato. Un jefecillo, entre horrendas blasfemias, les dijo que pronto los iban a fusilar. Los milicianos que pasaban en camiones también se sumaban a los insultos y daban ideas de cómo llevar a cabo la ejecución, incluso hubo intentos de linchamiento. Algo que sobrecogía el ánimo más esforzado, no me explico cómo no morimos de espanto, era el tener que soportar todo aquello, afirmará luego José María Romero. Eran tan insufribles las andanadas blasfemas que los religiosos pedían al Señor que los mataran cuanto antes. Fuera de los momentos de oír blasfemar, los cuatro permanecían serenos. Uno de los milicianos les ofreció comida y agua, pero ninguno aceptó nada. Les permitieron escribir a los familiares; el padre Gargallo lo hizo a su sobrino el padre Manuel Gargallo, el padre Sancho a la madre del padre Ángel Millán, pero ambas cartas fueron rotas poco después.
A eso de las cuatro de la tarde llegaron varios coches con milicianos, que se disputaban el formar el piquete de ejecución. El jefe señaló quiénes lo formarían, y los hizo avanzar hacia un montón de cadáveres de fusilados antes. El padre Gargallo, con una serenidad y unción extraordinaria, nos dio otra vez la bendición apostólica. Creo que no veré jamás acto litúrgico más hermoso y emocionante, exhortando a mantenerse serenos pues Dios con su Santísima Madre les estaba esperando con los brazos abiertos, y comenzamos fuerte el tedeum, recuerda José María, hasta quedar ante el pelotón, los dos padres y yo en medio. A medio tedeum los milicianos ordenaron a José María retirarse, como no debí oírlo, los padres me dieron un empujón, sacándome del alcance de los fusiles. Oí cómo los padres perdonaban a sus carniceros. Sonó la descarga, les tiraron primero a las piernas para atormentarlos más. Gritaron: ¡viva Cristo rey!