Fr. Serapio Sanz Iranzo (mercedario) Mártir

07.06.2013 09:59

Sanz Iranzo, Fr. Serapio (mercedario)

Mártir

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Lugar de nacimiento: 

Muniesa (Teruel)

 

Años nacimiento-defunción: 
1879 - 1936
Fecha de la muerte: 
20/08/1936

 

El niño maravilloso

 

Fray Serapio era un niño, un niño grande, pero niño bueno, buenísimo, sin picardías. Y a la inocencia unía su condición de modesto, complaciente, jovial. Quería a todos y se hacía querer de todos. Caso excepcional.

 

Accedió a la existencia en Muniesa, Teruel, el 1 de noviembre de 1879, siendo sus progenitores Manuel y Joaquina, que lo hicieron bautizar el inmediato día 3. Desde crío, Santos, que ése era su nombre de pila, fue distinto; muy piadoso, trabajador, sumiso, retirado, enteramente ajeno a los bullicios y fiestas populares; no faltaba a misa ni al rosario dominicales; no salía de noche.

 

Llegó igual de bueno a la juventud. Pero nada tenía de apocado o infeliz, era apuesto, se manifestaba decidido.

 

Contando veintiún años, sin advertir a sus padres, Mariano y Joaquina, un sábado de madrugada echó a andar y arribó desde Muniesa a El Olivar. Sólo a su hermana Petra le confió el secreto, así como que se hacía fraile porque Dios lo llamaba, incluso por medio de una luz sobrenatural que tres veces se le había manifestado en el campo. Por no levantar sospechas se fue al agro, como solía, confió caballerías y aperos a un vecino…

 

En El Olivar lo vieron tan inocente y resuelto que se lo quedaron. De inmediato le dio el hábito, el 17 de enero de 1901, el padre Mariano Pina, teniendo por testigo al padre Antonio Gómez; el padre Pina al año escaso, el 19 de enero de 1902, aceptó sus votos, en presencia de los padres Policarpo Gazulla, maestro de novicios, y Domingo Aymeric. A los pocos días lo destinaron a Lérida. A currar allí más de treinta años.

 

Cambiando su nombre de Santos a Serapio, en Lérida emitió su profesión solemne, ignorándose la fecha, y desgranó casi toda su vida en Lérida, constándonos de su ausencia en 1916, así como de breves estancias en Barcelona, allí andaba en octubre de 1915, y en San Ramón, donde se encuentra en agosto de 1920. Siempre servicial, humilde, observante, dócil, muy  jovial, obediente, hirientemente sincero.        

 

Por eso se le utilizaba para todo, sacristán, cocinero, portero, mandadero, maestro de párvulos en nuestros colegios de Lérida y San Ramón. El padre Jaime Monzón lo definió sacristán diligente, muy alegre y juvenil con los niños.

 

Todo le caía. En la Navidad de 1921 llegó de regalo a la comunidad una oca, fray Serapio tendría que sacrificarla; por lo pronto la echó en los intrincados sótanos del convento y, cuando vino a por ella a la mañana siguiente, la palmípeda había desaparecido.

 

En la iglesia sabía complacer a los sacerdotes que a cualquiera hora de la mañana le pedían celebrar y se ganaba a los fieles con sus atenciones. En agosto 1922, con el permiso superior, realizó una campaña para adicionar reclinatorios a los bancos de la iglesia; treinta y ocho contribuyentes aportaron 175’50 pesetas, las que dieron para dieciocho de los veintiséis bancos, dos reclinatorios completos y una lámpara para el sagrario.

 

Se entendía maravillosamente con los pequeños, tanto en el aula como cuando los conducía por la calle al instituto; aunque a las veces repartió cachetes. Vivió con ilusión la docencia, y al igual que los otros religiosos, se dolió de la muerte del colegio leridano por inanición; realista, el 31 de agosto de 1925 se pronunció por la clausura del colegio como la mayoría de la comunidad, aunque les cayeron encima las iras de la superioridad.

 

Es que las cosas iban cambiando vertiginosamente. Ahora había penuria en la casa y peligros en la calle. Desde 1929 se le constata adquiriendo ropa laical, una garibaldina, camisas, traje... y, al igual que los otros religiosos, cultivaba la mística martirial. A don Antonio Hernández, que regularmente venía a la Merced para visitar al Santísimo, le solía preguntar: ¿Qué, nos matarán?

 

Muy luego lo asesinarían. No obstante que, afirman cuantos le conocieron, tenía todas las virtudes y en todo era edificante. Nunca había hecho mal, siempre había pretendido lo mejor para los demás. El mundo no era digno de él.